Me costó un poco volver a escribir, puede ser por tiempo o que la cabeza en estos días es una avalancha de cosas nuevas. Sin embargo, hay algo que tenía en mente y que quisiera compartir en este momento. Dentro de todas las patologías emocionales que padezco, una de las peores es el silencio crónico. Es curioso cómo, con el tiempo, uno empieza a ver que pudo hablar las cosas más irrelevantes pero que, todas aquellas que sí eran importantes para uno, quedaron en el tintero ya sea por cobardía o por falta de elocuencia. Yo soy de esas personas que no conoce puntos medios y, cuando se trata de hablar sobre cosas importantes, debo ser de las menos hábiles también. Desde un embarazo perdido hasta tratamientos médicos relevantes: he ocultado las cosas más importantes mientras me perdía en discusiones absurdas como, por ejemplo, por qué encuentro tan guapo a Kurt Cobain (sí, tuve una acalorada discusión por esto, pero eso es tema para otro momento). Probablemente es esta misma pato
Todos tenemos esa amiga que se caracteriza por tomar la peor decisión cuando de materia amorosa se trata. Aquella que viendo una señal de "Pare" decide no detenerse, o que al ver la señal de "Peligro, zona de curvas" decide meter pie al acelerador. En mi grupo de amigas (en cualquiera de mis grupos de amigas) es fácil decir quién es esa amiga: simplemente soy yo. Es una suerte de patología, un mal crónico de las adoctrinadas por Disney y las teleseries de la tarde. Aquí va, entonces, una serie de lecciones que he sacado de mis malas decisiones: Primera lección: Él no va a cambiar por ti. Lo aprendimos de las teleseries: la heroína (generalmente sacada de contextos vulnerables o una vida sumamente dura) siempre se fija en un inválido emocional. En María la del Barrio está Fernando; machista, borracho e irresponsable que finalmente se ve transformado por el poder del amor. En Betty la Fea el incapacitado es don Armando, un tipo con un miedo compulsivo al